Deseaba que la hora acabase de una vez por todas. No le preocupó el papel blanco que tenía en frente.
El timbre sonó y nadie se levantó. Excepto él.
No se despidió de nadie.
Se fue directo a su casa, vacía.
Su gata había vuelto a escaparse. Los felinos del vecindario no entendían que jamás podría darles una camada.
Pero le entendía. Él era como ella.
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